ÁNGEL GUIDO: «La influencia india en la arquitectura colonial» LA PRENSA, 1929. Primera parte
- Arquitecto e Ingeniero, Ángel Guido por esa época escribía, pensaba y trabajaba para seguir los pasos de lo que se llamó la «Restauración Nacionalista» o «Neocolonial».
Ángel Guido nació en Rosario en 1896, cursó sus estudios en la Universidad de Córdoba , se gradua como ingeniero civil en 1920 y como arquitecto en 1921, con 25 años. Falleció, también en Rosario, el 29 de mayo de 1960. La obra más conocida de Angel Guido es sin dudas, el Monumento Nacional a la Bandera de Rosario. Pero también realizó otras como la Casa Fracassi, San Luis y Corrientes, la sede del Club Gimnasia y Esgrima, Laprida al 900, y la vivienda de Montevideo 2112, entre otras. En Buenos Aires construyó la casa de Ricardo Rojas de arquitectura e interior netamente neocolonial. También construyó el Museo Histórico Provincial Julio Marc de Rosario, inaugurado en 1939, y una ampliación de mayor superficie a la existente en 1950.En el campo del Urbanismo figuran, además, la elaboración de los planes reguladores de Rosario, Mar del Plata, Salta y Tucumán, y el proyecto de la Ciudad Universitaria de Buenos Aires. Escribió libros y numerosos artículos, como este que transcribimos, en el Diario La Prensa de Buenos Aires. Al momento de escribirlo contaba con 33 años.
«Rosario, 1929.
Este ancho problema de nuestro arte colonial, hemos tenido ocasión de abordarlo en distintas oportunidades en estas columnas y en otras publicaciones y libros. Su razón central – la influencia india en la arquitectura española – fue la ecuación alrededor de la cual enfocamos nuestras investigaciones, con el rigor científico y seriedad históricoestética que bien merece un problema tan trascendental para nuestro arte nacional.
En efecto, la estructura íntima del problema ofreció dos flancos conquistables por la investigación disciplinada: el arqueológico (1) y el estético (2). Respecto a sus proyecciones en la orientación espiritual de la futura arquitectura americana, es decir, su influencia en nuestra «arquitectura viva», también dijimos nuestra palabra oportunamente (3).
En tal sentido, la existencia de una influencia india en la arquitectura hispaniamericana ha sido, pues, demostrad cientificamente. Ninguna opinión seria, de especialistas en estas disciplinas de historia artística americana, se ha levantado rechazando una tesis semejante, enunciada por nosotros desde varios años a esta parte, por medio de publicaciones y por medio de libros (4).
Pero, preciso es significar que estamos muy lejos aun de haber agotado el tema y la búsqueda, ya sea arqueológica o estética, en este amplio escenario de arte criollo. Existen aún numerosísimos ejemplares del Sur – arquitectura mayor, arquitectura menor, arte decorativo, floklore – no clasificados todavía y que esconden un abundantísimo material de nuevas comprobaciones arqueológicas, referentes a esta curiosa intervención india en el arte español seis y setecentista.Menester es ampliar en todo lo posible aquel cuadro de investigaciones y todo cuanto contribuya a completar, esclarecer y resolver una ecuación más del problema hispanoindio, debe acogerse con simpatía, con estímulo.
Tal es lo que en tierra norteña se está realizando en otros ramos afines con la arquitectura: en sentido biológicohistórico, antropológico (Emilio Romero), históricoestético, arqueológico, artístico (Uriel García, Luis E. Valcárcel) literario (Gustavo Adolfo Otero) etcétera. En música y arquitectura creemos que se ha avanzado mucho. Cada día está esclareciendose más la urdimbre indoamericana, y no son pocos los pensadores que sostienen las posibles revelaciones que este descubrimiento proyectará en los estudios históricos, religiosos, sociales, etcétera (5).
Esta tesis no es sin duda aventurada. La obra de arte es uno de los documentos que dibujan más certeramente la silueta de un momento en la historia de un pueblo. La obra de arte es la expresión desnuda del color familiar de un tiempo y espacio histórico. Así lo ha entendido la escuela nueva de la historia del arte, libertada ya del aparato positivista y del afán de invadir predios ajenos del evolucionismo de fines del siglo pasado. No otra cosa infieren, entre otros, por ejemplo: el hombre gótico de Worringer (6) los paralelismos históricomorfológicos de Fritz Krischen (7); las proyecciones de la arquitectura reveladas por Schmarsow (8); las deducciones del Riegl en la arquitectura del 1550 al 1630 (9); el barroquismo filosófico de Gebhardt (10); el sentido psicológico del «Einfühlung» de Wölfflin (11), etcétera.
No es extraño, pues que la arquitectura hispanoindia abra más de un horizonte en el significado aún oscuro de la expresión criolla, ya que es imposible pretender definirla o explicarla por el sencillo cruce biológico de las razas. Existe un cúmulo de fuerzas creadoras que matizan la estructura de nuestro arte colonial y, a buen seguro, la arquitectura indoamericana co – adyuvará a revelar su tónica.
LA ARQUITECTURA COLONIAL CIENTIFICAMENTE CONSIDERADA
La observación de cómo se mide habitualmente nuestra arquitectura colonial, tan erróneamente, nos ha empujado a vulgarizar sus estructura arqueológica, para dejar sentada su densidad criolla en forma científica y evitar en tal sentido cierta propaganda negativa que, por supuesto, está fundada en el desconocimiento riguroso del problema.
Si solamente se supiera que la arquitectura hispanoamericana reaccionó tan poderosamente contra la arquitectura española, en la época de la colonia, hasta levantarse en la misma España obras de carácter absolutamente indoamericano, como, por ejemplo, la sacristía de la Cartuja de Granada (1730 – 1760), no se cometería el lamentable error de creer que la arquitectura criolla en América no fue más que una grotesca copia de la española.
No es prudente, para bien de nuestra cultura artística, que este error y esta ignorancia sobre la medida estética de nuestro arte colonial permanezcan impunes, hoy casualmente, cuando en forma efusiva y concluyente vemos resurgir este estilo con notable actitud abrazando no solamente las creaciones de la vida profesional, sino también la cultura artística universitaria.
Oportunamente comentaremos como este gran movimiento tradicionalista hispanoamericano tiene hoy una verdadera estructura de escuela – por lo ceñido del estilo – en los Estados Unidos de Norte América, en su región de la costa del Pacífico, en el Sur y Este de Florida. Y a tal punto es importante esta arquitectura colonial modernizada, que es hoy la arquitectura más notable de aquel poderoso pueblo, arrastrando consigo una organización industrial enorme destinada a la elaboración de los elementos constructivos y decorativos en aquel estilo. Anotemos, de paso, que aquella arquitectura, inspirada en las obras de los misioneros franciscanos y jesuítas españoles, posee una fuente arqueológica enormenente inferior en cantidad y calidad a la que en tierra argentina se levantara durante la colonia. A este respecto, es digno de meditación observar que nuestro afán de mimetismo no se haya hoy dirigido hacia esta arquitectura, que al final de cuentas siempre tiene más calor familiar que las importaciones europeas. Y a buen seguro que en este trance no se sentiría herida nuestra originalidad paupérrima como pocas. En efecto, durante casi las tres décadas del presente siglo, nuestra arquitectura imitó sucesivamente el clasicismo de segunda mano de los Luises, en primer lugar; luego la arquitectura de la exposición internacional de artes decorativas de París 1925, y las de Munich y Viena, antes de la guerra; y hoy los estilos modernos alemanes, italianos, austríacos, no faltando los de vanguardia: por ejemplo, el estilo «estandarizado» del soviet ruso y el «activista» de Le Corbusier.
Como se ve, por este cuadro que bosquejamos, una imitación más no afectará nuestro acervo arquitectónico, y aquella arquitectura moderna americana del oeste siempre ofrecerá grandes probabilidades de creaciones, dado su contacto con formas familiares a nuestro espíritu y «creaciones» en el alto sentido del concepto, es lo que todos sentimos que falta en nuestra arquitectura moderna argentina.
Sobre este interesante problema de arte nuestro nos detendremos espaciosamente en otra ocasión, al comentar la actitud que podría asumir nuestra «arquitectura viva». Pero ahora, volviendo a nuestro tema, ofreceremos en forma vulgarizada el escenarioarqueológico de nuestra arquitectura colonial del Sur.» continúa segunda parte, próxima nota.
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